I
Comienza el otoño, los árboles dejan caer sus hojas ya amarillas como si el viento hubiera dejado pasar por ellas el tiempo sin detenerse. Se escucha un fuerte ruido, proveniente de un largo furgón insatisfecho con la torpeza de un particular conductor, quién maneja un convertible último modelo color gris.
A la izquierda el parque, a la derecha la acera; todo gira en torno a la cotidianeidad de la cuidad, sin embargo, existe un toque de melancolía sobre esta calle. Pareciera que todos dejaran de lado por un momento sus inquietudes mundanas, y se adentraran en un mundo, que según la gente piensa es desconocido, pero que es tan común como esos suspiros desabridos de amores pasados.
El sol baja cada vez más como siendo cómplice de los minutos en la pared, y se acerca la hora de emprender el viaje; el tren suena su bocina creando una desafinada melodía que se entrelaza con la percusión de un galope y la base rítmica del motor de un auto a velocidad constante.
Entre tanto alboroto se escucha de repente algo más penetrante; la voz de un pensamiento que emite gritos advirtiendo no involucrarse; la cabeza que dicta un gesto de negación y los ojos que dejan desprender una lágrima. En ese mismo instante unos zapatos desgastados y brazos indiferentes bailan al compás acelerado del corazón.
No existe rumbo premeditado, pero se espera de ante mano que al cruzar a la derecha todo acabe, y se convierta no más que en otro recuerdo borroso sin ninguna esperanza de quedar plasmado para la posteridad.
−Disculpe− dice una áspera voz proveniente de un caminante que ve interrumpido su paso al chocar de frente; causando así, que toda la obra de una realidad fantasiosa se vea paralizada y se resquebraje rápidamente; para volver a percibir con la razón, y no con los sentidos, lo que ocurría alrededor.
−Tranquilo− dijo ella mecánicamente.
jueves, 3 de febrero de 2011
Suscribirse a:
Entradas (Atom)