Sexo. No pretendo reprimirlo más, es lo que soy, es lo que somos. Fuimos sexo mucho antes de ser personas. Algo pasó al momento de adaptarme; me perdí parte importante del discurso, o tal vez estaba mirando a través de una ventana distraída como suelo hacerlo. Me tomó más tiempo de lo normal comprenderlo, y ahora, no puedo evitar racionalizarlo.
Fui sexo antes de comenzar eso a lo que la gente llama “vida sexual activa”. Descubrí, a edades tardías según las normas sociales, lo que las personas daban a cambio de sexo, ¿qué era?, vida, o más bien toda su vida y la de todos los que pudieran. ¿Por qué daría todo una persona a cambio de un poco de placer?, esa era la pregunta que resonaba en mi cabeza durante las largas caminatas hasta que caí en cuenta que el placer era lo de menos.
Las personas valen lo que su sexo. Quedé muda después de escuchar esa frase dentro de mí, comencé a tararear una canción, como cuando tenemos miedo y no queremos vernos solos y en silencio. No me importó mucho entonces, lo olvidé hasta hoy cuando me vi destruida frente al espejo, y de pronto la misma melodía invadió mis pensamientos, esta vez sin la efectividad de borrarme la memoria.
¿En qué me convertí?, en lo que siempre he sido. Dejé de ser la niña con sueños de conmover, dejé las ilusiones, las emociones estremecedoras, la capacidad de amar; dejé todo para transformarme en lo que siempre fui para los demás, sexo. Dejé de sentir para poder tener un orgasmo, dejé de pensar para sólo sonreír e irme, como si nada hubiera pasado...
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