Son
las 5:40 am y me invade un sentimiento poco común. Es como una ira
apacible, un enojo canalizado.
Todo
comenzó hace años, cometí el grave error de dejar mis clases de
guitarra clásica de los sábados en San José, pero ya saben; un
sábado, levantarse temprano, media hora de viaje de ida y media de
venida por las presas...
No
entraré en los detalles de lo sucedido, sólo diré que fue muy malo
para mí. Al principio le mentí a varia gente que sospechaba cosas,
pero, ¿qué podía hacer?. Después simplemente aprendí a inventar
excusas, y como adolescente era bastante fácil justificar llantos y
conductas depresivas.
Toda
mi vida tuve el pelo largo, siempre alguien tenía que ver con mi
pelo. Era negro, muy negro y nunca me lo amarraba, nunca, tanto así
que si lo hacía algún día en el colegio era tema de discusión.
Era útil para taparme la cara y dormir en clase recostada en mi
preciada “esquinita”.
Antes
de que todo se supiera comencé a tener problemas “externos” a
todo lo que ya traía la situación principal en sí. En el colegio
nunca aceptaron que fuera “callada”, aunque los que me conocen
dirán más bien que no me callo, simplemente nunca entendieron que
la mayoría de las veces no opinaba para no ser grosera; siempre
estuve demasiado ocupada con mis ochocientas clases de música, más
mis problemas, más mis conciertos, más mi familia con múltiples
actividades, más mis amigos que no tenían nada que ver con mi
colegio, así que nunca participé mucho en bailes, shows,
excursiones, etc., eso significó ser el blanco de muchos “psicólogos
frustrados”. Nunca me importó mucho, me daba risa eso sí, y hasta
me llegó a gustar ese “misticismo” que la gente creaba en torno
a mí.
Un
día me llamó la orientadora, fui pensando que me hablaría de mi
inconcluso servicio social, pero en vez de eso, justo cuando me senté
me dijo: - Ivannia, ¿Ud cuántas veces se ha tratado de suicidar?- .
Si me indignó un poquito, pero me dio más risa (obviamente puse
cara seria y me la aguanté). No recuerdo que le dije, aunque
conociéndome me lo puedo imaginar. Salí de ahí directo a contarle
a mis compañeros más cercanos lo que había ocurrido, obvio, para
meter carbón, y todos se indignaron creo que más que yo.
No
recuerdo si fueron días, meses o años después, pero al final si
revelé lo que me había pasado. Primero acudí a ciertas personas
“estratégicas”. Pensé que sería más fácil para mí ir de a
poquitos, aquí es dónde empieza lo bueno.
Me
corté el pelo, de una. Me hicieron una cola y ¡fuaz!. Ese día lo
decidí, aunque todo el proceso se concluyó tiempo después. Me
bañé, me pasé las manos con un poco de gel para “alborotar”
mi, ahora muy corto, cabello, me puse un vestido, mis botas negras y
me fui a un bar a esperar a uno de mis mejores amigos. Me sentía
bien, sentía que me había desecho de un peso enorme, tenía miedo
pero entusiasmo. Hablé con mi amigo ese día, y al salir sabía que
ya no había vuelta atrás.
Pasó
poco para encontrarme hablando por primera vez del tema frente a
alguien que no fuera de mi extrema confianza. Fue rápido, llegué a
un concierto porque me “citaron”, no tenía muchas ganas de ir,
pero ahora me da miedo pensar qué hubiera pasado si me hubiera
quedado en mi casa. Llegué y me dijeron “hablamos después”. Me
quedé hablando con un, entonces no tan cercano, amigo y eso fue lo
mejor que pudo haberme pasado durante esas épocas. Al final del
concierto me dijeron “bueno, ahora sí, cuénteme”. Conté lo
sucedido, balbuceando, mirando hacia la calle con lágrimas en los
ojos, pero reteniéndolas a más no poder, la respuesta a eso fue un
memorable “déjelo pasar”. Sentí ira, mucha.
A
partir de ahí comenzó una especie de guerra, de la que yo me enteré
aparentemente muy tarde. Personas diciéndome algo así como “uy sí
que salada, pero no hable de eso porque mancha el nombre de mi
empresa”, muchas veces ni siquiera mencionaban el “qué salada”,
sólo eran muy directos con respecto a que me callara.
No
entendía nada, lo juro, cada vez que alguien me buscaba yo
ingenuamente pensaba: “¡uy mirá, me están llamando para
preguntarme si estoy bien!”, “uy seguro me buscan preocupados por
mí”. Nada de eso pasó el 95% de las veces. Puedo contar con los
dedos de una mano quienes me preguntaron cómo estaba una vez que se
enteraron, y me sobran. Todos me llamaban a amenazarme, a decir que
les “arruinaba” el negocio, el grupo, la imagen, lo que fuera.
Otros llamaban a insultar, otros simplemente lo siguen haciendo a mis
espaldas.
El
problema inicial me llegó a parecer pequeño en comparación al gran
problema creado por “la sociedad”. Contarle a mi familia no fue
nada bonito ni fácil, tampoco lo fue revelar algo tan importante de
una persona involucrada en casi todo lo que me gustaba. Sabía que no
podría volver a un concierto sin que hubiera gente viéndome y
hablando, sabía que iba a ser incómodo seguir frecuentando lugares
que mis amigos cercanos frecuentaban. Sin embargo, mandé todo eso a
la mierda, lo hice, pero jamás imaginé que me iba a encontrar con
tantísimas personas tan inhumanas e irracionales.
Ahí
no acaba el problema, ahí inicia. Hay otro dato graciosísimo. La
gente que me tiene miedo. Me ha pasado tantas veces; “¡Hey
fulanito!, no le hable a Ivannia ¿está loco?, ¿no le da miedo?”.
Ok, ok, alguien que me explique una cosa, ¿cuándo empecé yo a ser
la criminal en todo esto?. Eso también me da risa muchas veces,
gente que ni conozco, que nunca he escuchado el nombre en la vida,
hablando de mí, de que “tengan cuidado”. Admito que es chiva ser
así tan importante, e implantar miedo en la gente. Mi sentido del
humor va mucho por ahí; pero también me ha dolido. El mundo está
completamente de cabeza, no sé ni cómo explicar lo que siento cada
vez que me doy cuenta que los criminales son defendidos a capa y
espada mientras se responsabiliza al inocente. “¿Qué lo
asaltaron?, ahh es su culpa por andar el celular en la mano en media
calle”.
Si
bien aprendí algo es que la gente en general es mala, es sumamente
egoísta, ambiciosa, platera, inhumana. A nadie le importa ver a
alguien morir al frente desangrado, no van a hacer nada con tal de no
ensuciarse las manos. Como dije anteriormente, cada vez que me
buscaban, siempre, SIEMPRE, esperaba al menos un “Ivannia lo
lamento, cuénteme”. Pero nunca fue así.
Esa
frase “no le da miedo”. Me ha quedado tan grabada. ¿Por qué a
alguien le va a dar miedo acercárseme?. Digo, ¿qué es?, ¿me va a
amarrar y me va a violar?, ¿va a obligarme a hacer cosas que no
quiero?. Sí es así, pues di, si entiendo el “miedo”, de que yo
los “denuncié”, pero si va a ser una persona yo diría que
“normal”, civilizada; ¿por qué ha de tenerme miedo?. Miedo se
le tiene a los violadores, pero no, en este mundo resulta que las
personas le tienen miedo a los que logran salir adelante y logran
denunciar algo fuerte. Les tienen miedo a los que sobreviven, a los
que no mueren amordazados. Pues bien, ¡sigan teniéndome miedo hijos
de la puta!
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