Creí haberlo vencido, creí que nunca me molestaría de nuevo, que no me quitaría el sueño, que no sentiría ninguna otra presión que me aquejara en las madrugadas. Y es que no me fijé que venía en tantas formas, y que lo más poderoso no es el monstruo, sino todo el miedo que inculcó en los niños.
Niños malcriados, niños abandonados, todos llorando al mismo tiempo, todos dejando que el maldito se haga cada vez más gordo.
Niños hijos de otros niños, engendrados por el mismísimo demonio. Tiene en su poder tantas almas escurribles, tantos corazones tan dañados que sólo se encargan de buscar a quién más dañar como parásitos.
-Es sólo que se sienten solos, es sólo que quieren jugar a las muñecas contigo -me decía desde el pomposo sillón-. -Pero yo no quiero, yo no quiero más muñecas sin cabeza; yo quiero salir a jugar con mi vieja gran pelota, nunca la había sacado de su caja, resultó ser muy bella, llena de todos esos colores-.
-Verás a una jauría de esos niños, quienes nunca sacaron su pelota de la caja. Vendrán a intentar tirar la tuya al patio de la insoportable doña Clotilde, querrán que juegues de nuevo con sus desmembradas muñecas, simplemente porque nunca entendieron que se necesitaban varias personas para abrir la puta caja-.
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